Plan V – Juan Carlos Calderón

La comunidad de Galápagos está empeñada en ampliar la Reserva Marina, de 40 millas ahora, pero la poderosa industria pesquera se opone, con el apoyo de los poderes políticos del continente. Para los isleños es un tema de vida o muerte. Perder el paraíso de vida que es el archipiélago no está en las negociaciones.

I. Galápagos, el juguete esperado

Hace siete meses que no iba a la isla Santa Fe, y durante el recorrido desde Puerto Ayora, de más de una hora, en una lancha de dos motores sobre un mar picado, no dejó de hablar de Galápagos,  como un niño pequeño al cual le han dado un regalo de cumpleaños muy deseado.

Andrés Vergara tiene 50 años de edad y la mitad de estos los ha pasado en el mar. Los primeros diez como capitán de barco y primer oficial de un crucero y los últimos tres lustros como guía del Parque Nacional Galápagos. Es considerado uno de los mejores guías de su generación. La pandemia no solo que lo mantuvo recluido en su casa en Santa Cruz, sino que le quitó el sustento, como a los otros 700 guías del parque. Antes de la pandemia hacía al año entre 12 a 15 excursiones de más de una semana de duración. En siete meses, desde marzo, ha tenido apenas dos salidas cortas de turistas nacionales, y esta, una expedición de unas horas a Santa Fe acompañando a un grupo de periodistas invitados por el colectivo Más Galápagos para constatar los problemas de la pesca ilegal y la polución en la reserva marina de 40 millas.

Vergara lleva varios minutos hablando sobre la dimensión inconmesurable del paraíso que conoce como la palma de su mano. Santa Fe, dice, tiene aproximadamente tres millones de años de antigüedad, es más antigua que Santa Cruz que tiene dos millones y menos que San Cristobal que tiene cuatro millones de años, aproximadamente. La pequeña lancha es sacudida por el mar de Galápagos, las olas van a merced de un viento fuerte y nos zarandean; pero el experimentado capital de la lancha Bella María es un viejo lobo de mar que no se asusta ante los elementos. Es extraña esa visión del mar abierto y profundo; el agua es oscura, espumosa y maciza, su vaiven mueve el mundo y es como si fuera a derramarse sobre las islas, que se miran entre la bruma como animales prehistóricos, tan cerca y tan lejanas. Para quien no está acostumbrado, es un momento de temor. Como decía John Banville: «hablamos de su poder y su violencia, como si fuera una especie de animal salvaje, voraz e imposible de apaciguar, pero el mar no hace nada, simplemente está ahí, es su propia realidad, como la noche o el cielo. ¿Acaso lo que asusta es su capacidad para agitar y sacudir y engullir todo lo que lo surca?» (Eclipse, 77).

En la parte trasera de la lancha unos pocos reporteros ha sucumbido al mareo, y el ruido hace que Andrés levante la voz. Sigue hablando de los millones de años que tienen las islas volcánicas. Mientras lo escucho pienso que habrá dicho ese discurso cientos, sino miles de veces en su vida de guía. Pero lo dice como si fuera la primera vez. El experimentado Andrés Vergara contagia su asombro de principiante, su emoción antigua, porque millones de años se dicen rápido, pero nos hacen ver tan poca cosa en el devenir del tiempo, y el mar abierto nos hace sentir tan pequeños. Debajo de nosotros fluye la vida natural en estado puro, una vida que no conocemos, que ni siquiera alcanzamos a comprender, y a la cual, un grupo de colonos de las Islas llamado Frente Insular y los del grupo Más Galápagos, intentan salvar.

La idea de viajar a Santa Fe, una pequeña isla ubicada entre Santa Cruz y San Cristobal, a 36 kilómetros de Puerto Ayora, es buscar y encontrar lo que en la jerga de la pesca marina se llama un «plantado». Este es un dispositivo de pesca que contiene una madera flotante. Debajo del mismo y dentro del agua, se cuelga un barril de plástico agujereado en cuyo interior se han colocado carne o vísceras que exudan sangre, lo cual atrae a los peces, y pendiendo de la madera está una larga red de entre 20 a 40 metros que es arrastrada por la corriente, la cual atrapa a los peces. El dispositivo tiene una innovación moderna: una baliza electrónica que emite una señal de radio. El plantado atrae a los peces, sobre todo al atún, pero también a tiburones o cualquier otro ser de las profundidades. La sangre hace que se forme una enorme mancha de peces alrededor del plantado y eso facilita la pesca masiva de las especies. Salvo el dispositivo electrónico que flota, y que puede costar unos cinco mil dólares según su alcance, es una forma de pesca antigua y común. Pero ocurre un problema: los plantados no pueden usarse en la reserva marina, porque provocan mucha pesca incidental, es decir la pesca de especies que están protegidas, como el tiburón, las mantarayas, los delfines, las tortugas… Pero, según denuncias de los colectivos que buscan proteger a la reserva, la industria pesquera usa y abusa de los plantados. Los sueltan desde sus barcos en los límites de la reserva para que las corrientes los arrastren hacia dentro y luego los saquen junto a su carga de peces, localizándolos en el amplio mar gracias a la señal de radio de la baliza. Así, los barcos pesqueros no entran a la Reserva Marina, pero envían sus plantados como si fueran los sorbetes que extraen el líquido de una botella sin topar el pico con los labios.

Los plantados no solo son un problema para las especies protegidas de Galápagos, sino un peligro para la navegación, explica el patrón del Bella María. Este manabita de mediana edad, que ha visto de todo en el mar, dice que son tan peligrosos como si en una carretera un vehículo cayera en un enorme bache a toda velocidad. Como los plantados son pequeños, son difíciles de ver a lo lejos. Y cuando ya las pequeñas lanchas los tienen encima puede ser muy tarde. Sus redes pueden atrapar las hélices, dañar la transmisión, el motor y, si el jalón es muy fuerte, pueden hundirlos.

La Bella María, con su carga de mareados periodistas, avanzaba hacia Santa Fe a 14 nudos por hora, cuando a unos veinte minutos de navegación se avistó un plantado. Para un profano, las distancias en el mar abierto son inescrutables, pero era un hecho que a unas decenas de metros de distancia también estaba una fibra con su patrón, un ayudante, a la espera de recuperar ese plantado del mar: para nadie es un secreto en las islas que los pescadores artesanales se han encontrado con más de 105 plantados en lo que va del año. Todos se han recuperado dentro de la reserva, y los pescadores usan las redes que recogen pero también venden o devuelven, por una pequeña suma que puede ser de entre cuarenta y cien dólares, los dispositivos electrónicos. Antes, estos llevaban marcados los nombres de los buques pesqueros a los que pertenecían, pero ahora solo aparecen códigos, que los pescadores saben cómo descifrar.

Al localizar el plantado, el capitán de la lancha detiene la marcha y la Bella María es agitada por las olas. Los periodistas se apresuran a hacer tomas de video y fotos sin el debido cuidado. Pero el movimiento es tal que algunos están a punto de caer por la borda. La lancha se bambolea pero el mar solo se está nivelando. Andrés Vergara reacciona de inmediato y se ofrece a lanzarse a mar abierto para examinar el plantado, el sebo y la red y mostrarlos a los reporteros. Así que se pone su traje de buzo y con apenas una mascarilla se clava en las profundidades. Gran nadador, no tiene problema en llegar hasta el plantado, y se sumerge para registrar con una camara Go Pro todo el conjunto del dispositivo. Sale a la superficie y se zambulle con el ímpetu de un delfín, y logra filmar por debajo del agua agitada por el viento y la corriente. También ha destapado el barril plástico de color azul, pero el sebo ha desaparecido, seguramente en los estómagos de los peces. Luego sube a la lancha. Su cara está radiante de felicidad, aunque se muestra cansado. Mientras tanto, la fibra se ha acercado al plantado y empieza a recoger las piezas: el valioso dispositivo electrónico, la estructura de madera y, con un largo movimiento de brazos, la larga red de cuarenta metros. Todo eso terminará luego en manos de los organizadores de una casa abierta en el pequeño parque dentro del malecón de Puerto Ayora, para mostrar a los habitantes de la ciudad las evidencias de sus denuncias.

II. La vida en Santa Fe

La Bella María se acercaba a la bahía de la Isla Santa Fe. Luego de hora y media de navegar, con la interrupción del rescate del plantado, el grupo ha llegado a su destino. La lancha bordea una montaña que cae verticalmente sobre las rocas y el mar. No hay playa, pero al poco tiempo aparece agua de otro color, que cambia del abismal azul marino a las límpidas aguas turquesa de una bahía, que no es más que el lecho de un muy antiguo cráter. Los elementos, el agua, el viento, han roto el extremo del cráter que daba al mar, ha movido las rocas y ha permitido el milagro, una cuenca pacífica, donde las aguas no se mueven salvo por los saltos y malabares de los lobos marinos juguetones y juveniles. En otra lancha ha llegado ya otro grupo de activistas por la ampliación de la reserva marina. Es una lancha azul más pequeña pero también de dos motores con los que puede alcanzar entre 18 y 20 nudos por hora en mar abierto. Pero por ahora permanece impasible y sus ocupantes, como los de la Bella María, se apresuran a ponerse sus atavíos de snorckel. Mientras tanto, en una lancha inflable a motor, otro grupo da la vuelta por el interior de la bahía. Andrés Vergara, el guía, está exultante. «Miren, dice al grupo, qué maravilla, tantos lobos marinos bebés». En efecto, en las orillas reposa una colonia de lobos marinos. Las madres están dando de mamar o protegiendo a sus crías o durmiendo. Los lobeznos aparecen en racimos por entre los huecos de las rocas. Son decenas, una guardería de cuerpos marrones, largos bigotes y ojos curiosos. Qué maravilla, sigue exclamando el guía. Es la vida, explica, estamos en un fenómeno que se llama La Niña y esto hace que el agua se enfríe. Y por tanto haya más comida, más peces para los lobos. Y por eso la colonia florece. Los visitantes del paraíso dejan de mirar por sí mismos y apuntan con sus cámaras, sus lentes, sus celulares. Esa mediación electrónica y laboral que impide disfrutar simplemente de los sentidos. El macho alfa de la colonia advierte con sus ladridos al grupo que la lancha ha invadido su territorios. Ladra de un lado al otro dentro del mar, mientras vigila de frente la colonia. No le quita el ojo de encima. La naturaleza dicta que así se pasará unas ocho semanas, mientras procrea y cuida la descendencia de sus genes. Pero en algún momento luego de esos dos meses tendrá competencia: la de otro macho alfa que lo desafiará a una pelea por el control de la colonia. Por lo general, el macho titular pierde por cansancio acumulado. Su rival ha permanecido por semanas echado en uno de los santuarios donde decenas de lobos, también despojados de su colonia, recuperan las fuerzas; hay uno de estos en la isla Plata. Algunos guías lo llaman «el hotel». Y el nuevo patrón de la colonia recupera con bríos el ladrido, la advertencia y se empeñará en la procreación, hasta que dos meses después vendrá otro macho a disputar el harem. Los ciclos de la naturaleza son interminables y repetitivos. Esta sigue su curso por centenares de años, por milenios, por millones de años. Ahí, en medio de esa isla donde la vida permanece intacta y contenida, donde la naturaleza fluye sin tropiezo, uno llega a preguntarse si el ser humano tiene el derecho de destruir ese legado, ese futuro. Millones de años, ¿cuántas generaciones humanas significan? ¿Qué significa el tiempo?

LOS VISITANTES DEL PARAÍSO DEJAN DE MIRAR POR SÍ MISMOS Y APUNTAN CON SUS CÁMARAS, SUS LENTES, SUS CELULARES. ESA MEDIACIÓN ELECTRÓNICA Y LABORAL QUE IMPIDE DISFRUTAR SIMPLEMENTE DE LOS SENTIDOS. EL MACHO ALFA DE LA COLONIA DE LOBOS ADVIERTE CON SUS LADRIDOS AL GRUPO QUE LA LANCHA HA INVADIDO SU TERRITORIOS.

Andrés Vergara conduce con calma y seguridad al grupo de buceadores que, con su aletas y máscaras, otea la profundidad. Ahí habitan cientos o miles de sardinas de Galápagos, peces cirujano, tintoreras, tortugas. Y si uno levanta la vista alcanza a ver dos gavilanes posados sobre un árbol. Endémicos, propios de aquí, ese gavilán es único en el mundo, dice el guía mientras señala con el dedo. Es un niño pequeño en el salón del juguete. Cuidado con el pez cirujano, advierte, tiene las escamas como bisturí y corta igual de profundo. Y uno, a través del snorckel, mira un hermoso pez que parece pequeño pero tiene entre 40 y 60 centímetros cuando es adulto.  En este caso, el cardumen es de jóvenes ejemplares, ataviados de traje azul y aleta posterior de un intenso amarillo. Nadan en aguas mansas o someras, alrededor de los arrecifes, alimentándose de corales. Esta es su casa y los intrusos solo pueden admirarse, pero no tocarlos… No así algunos lobos juveniles, que retozan en las profundades, dan volteretas alrededor de los intrusos y algunos los topetean. Es juego, es curiosidad, es algo que alguien que vive en una ciudad estropeada por el smog, la polución y la sobrecarga de vehículos jamás imaginaría experimentar. Nadando con lobos, puede ser el nombre de esa nueva película y de yapa, como un bono impensado, aparecen las tintoreras, ondulantes, gravitando en el fondo, con su movimiento perfecto, en su cuerpo hecho para la depredación y la sobrevivencia. Una hermosa máquina de ataque. Pero son tiburones inofensivos para el ser humano, tanto, que decenas de miles caen cada año en las redes de los pescadores industriales, de las grandes flotas pesqueras, sean chinas o ecuatorianas, para aprovechar sus aletas y luego sus cuerpos mutilados en los mercados del continente, donde se los hace pasar por picudo a los incautos.

Es hora del almuerzo: la función tiene que continuar y el grupo sube a las lanchas para comer arroz con pescado y ensalada. Andrés Vergara cuida a los nadadores que se sostienen junto a una boya por medio de cuerdas. También cuida a los lobos y a los tiburones. A los gavilanes de Santa Fe.

III. La información es un arma de combate

Eliécer Cruz fue director del Parque Nacional Galápagos, entre otros cargos que ha acupado en su terruño. Es un isleño puro. Nació en la isla Floreana donde vivían sus padres y desde entonces no ha dejado de velar por las Islas. Es el mentor de este grupo que se llama Más Galápagos que procura por la ampliación de la reserva marina, ahora de 40 millas. Son decenas de personas, organizaciones ciudadanas, ONG, gremios, algunos grandes como el Frente Insular, o pequeños, los que buscan la ampliación de la reserva. Hay, dicen, muchas razones para ello, científicas sobre todo, que justifican que sea necesario crear o ampliar el santuario de las especies que habitan el mar aledaño a las islas, pero que son especies migratorias y no saben de límites.

Para ampliar la reserva hay tres escenarios legales. El primero, una reforma a la Ley Orgánica de Régimen Especial de Galápagos, lo cual implica una enmienda a través de la Asamblea Nacional y luego un ejecútese del Ejecutivo. Hay un segundo escenario, menos largo. El Ejecutivo puede por sí mismo crear una nueva área marina protegida, en base al Código Orgánico Ambiental, es decir, crear un área marina alrededor de la actual Reserva Marina, y requiere tener información científica y una justificación debida. El tercer escenario es una consulta popular. Los activistas prefieren la segunda opción: dejarlo en manos del Presidente de la República. Pero frente a los que defienden la ampliación está la poderosa industria pesquera-atunera ecuatoriana. Con exportaciones de algo menos de dos mil millones de dólares al año, su cabildeo es muy potente: si se amplia la reserva marina se disminuyen sustancialmente los ingresos de la flota y las divisas para el país, a la par que se puede dar una caída de decenas de miles de empleos directos. Los industriales de la pesca tienen buena acogida en la Asamblea Nacional. Al menos, eso se notó en la última comparecencia en la Comisión de Soberanía, donde su presidente, de Alianza País, dejó que Bruno Leone, vocero de la industria, hablase por 28 minutos (cuando la norma es de 10 minutos), pero fue riguroso y displicente con los delegados de Más Galápagos, en concreto con Eliécer Cruz. Al parecer, la vía política en la Asamblea está descartada. El gobierno de Moreno tampoco ha dado señales de apoyar abiertamente la iniciativa e incluso sus mandos medios, como el ex viceministro de Pesca, Andrés Arens, por ejemplo, no entregan información a los interesados. Roque Sevilla, empresario turístico, ecologista y ex alcalde de Quito, es parte de quienes apoyan la ampliación de la reserva. En un tuit, él reclamo al funcionario su demora de entregar la información pesquera al sector científico de la Universidad San Francisco de Quito, para que éste trabaje en los argumentos para ampliar la reserva.

Al momento, se están realizando estudios técnicos y científicos que avalen esta propuesta y que serán presentados a las autoridades y gremios, explicó Cruz. Para el colectivo, múltiples estudios científicos sustentan que mientras mayor sea la superficie totalmente protegida mayor será la producción de biomasa, es decir, la cantidad de organismos vivos comerciales y no comerciales que existen en determinada área. Un estudio en 124 reservas marinas en 29 países encontró que, en comparación con zonas en donde no hay protección, hubo un incremento promedio del 21% en el número de especies; también un incremento promedio del 28% en las tallas de los organismos; un promedio del 166% en la densidad de la biomasa y un incremento promedio del 466% en la biomasa total.

«Una vez que hay la suficiente biomasa, esto se desborda fuera de la reserva y es aprovechado por el mismo sector pesquero y sirve como un semillero para asegurar el stock pesquero a largo plazo y conservar la biodiversidad”, dijo Cruz. Es como tener un semillero gigante, donde se reproduzca y críe el alimento del futuro.

PARA AMPLIAR LA RESERVA HAY TRES ESCENARIOS LEGALES. EL PRIMERO, UNA REFORMA A LA LEY ORGANICA DE RÉGIMEN ESPECIAL DE GALÁPAGOS, LO CUAL IMPLICA UNA ENMIENDA A TRAVÉS DE LA ASAMBLEA NACIONAL Y LUEGO EJECÚTESE DEL EJECUTIVO.

La palabra incremento se repite en el comunicado oficial de Más Galápagos, pero en otro contexto y con otras cifras, la misma palabra significa lo opuesto. Las cifras del Instituto Nacional de Pesca, INP, actualizadas, muestran que en el mar alrededor de las islas Galápagos, entre el 2000 y el 2018 se pescaron 705 mil toneladas de atún, tanto aleta amarilla, como barrilete y patudo. Pero las capturas totales de atún, tanto en aguas costeras, como de Galápagos e internacionales en el 2018 fueron de 287.000 toneladas. La flota pesquera ecuatoriana se compone de 115 barcos industriales atuneros, 99 barcos palangreros y 300 barcos nodriza para almacenar pescado. Más grande que esta en el Pacífico Oriental, solo la flota china. Y estas cifras son algunas de las razones por las cuales se habla de sobrepesca, de pesca ilegal, lo cual se une a los problemas de contaminación y a los derivados del cambio climático, que afectan a un ecosistema tan delicado como el de las islas.

Pero esas cifras tambien significan dólares. Al calor emocional de la opinión pública, luego de un nuevo arribo de la flota china de pesca el 16 de julio del 2020, el propio presidente de la República anunció que había conformado una comisión de trabajo con el canciller Luis Gallegos, el empresario Roque Sevilla y la experta ambiental y ejecutiva internacional Yolanda Kakabadse. Esta fue conformada a fines de julio, con la misión de diseñar una estrategia nacional e internacional de protección de las Islas Galápagos, y sobre todo de la Zona Económica Exclusiva Insular, ZEEI.

Según una fuente vinculada a este proceso, esta comisión gubernamental tomó contacto con Más Galápagos, interesada en su iniciativa. El colectivo ciudadano informó a uno de sus miembros que el gobierno había ofrecido un año atrás entregar información de la industria pesquera, con la cual, científicos de la Universidad San Francisco de Quito, harían los cálculos para justificar la ampliación de la reserva marina. Roque Sevilla se habría comprometido a hacer el puente entre Más Galápagos para obtener la información del ministerio de Industrias. Información técnica, pero pública, que permitiría hacer las proyecciones científicas. Pero esa información nunca llegó, lo cual provocó el reclamo público de Sevilla al funcionario. Para los funcionarios, las cifras y datos de la pesca industrial son «sensibles y dispersos», o cualquier cosa que eso signifique.

IV. El manabita que llegó de Panamá

En el Frente Insular hay pescadores artesanales, que toda la vida han trabajado en su sector. Por ejemplo, Alberto Andrade, un manabita que vive en Galápagos cerca de tres décadas. Antes era mecánico de barcos, y trabajaba en Panamá. Entonces le tocó llevar un buque desde el Istmo hasta las Islas, y se enamoró. Desde entonces es pescador, dirigente gremial y comunitario y tiene hasta un programa radial en Puerto Ayora donde defiende la reserva marina de la depredación humana. Él organiza también casas abiertas y movilizaciones, de ser el caso. Como cuando todo el pueblo se levantó en contra de la flota china que llegó en el 2017 y contra el barco chino que fue capturado con 6000 tiburones en sus bodegas y miles de aletas. El barco fue incautado y multado. Y ahora presta servicio en la Armada del Ecuador para conservar la integridad del archipiélago. La comunidad, dice Alberto, es la gran protagonista de esta lucha. Su programa de radio nació para mostrar a la población lo que la gente hace, «porque siempre contamos que fulano vino de Francia trayendo un canuto, pero no contamos lo que la comunidad hace». Nacieron con un programa radial que se llamaba La voz del productor en el 2015, cuando era secretario del Consejo Consultivo del MAG, y luego nació Galápagos, mi responsabilidad. Andrade también creó un personaje que se llama Pepe José Caicedo Angulo, un muñeco que se presenta e interactua con el público en los temas que interesan a la comunidad de las Islas, sobre todo en el respeto al medio ambiente. Andrade cuida del ambiente desde 1998, cuando incluso se pagaba para recoger la basura. En ese tiempo ha encontrado de todo, desde ataudes en las ramas de los árboles, bombas de la Segunda Guerra Mundial y un juego de platos y tazas de la misma época, que por no saber apreciar su historia y estética dejó abandonado en el sistema de recolección y su mujer, dice, casi le pide el divorcio. La basura es oceánica, viene del mar, porque basura local casi no existe. Las Islas tienen un riguroso proceso de manejo de los residuos, que empieza por el control absoluto de lo que ingresa desde el continente, tanto con los turistas como con la carga. Cada familia, cada local comercial, institución o empresa se someten al reciclaje. Los tres tachos de colores famosos están por toda las Islas. La basura orgánica se procesa para compost, la basura reciclable se la entierra con el debido procesamiento y la no reciclable se devuelve al continente. No es perfecto, pero ayuda al menos a no contaminar más las aguas.

LOS TRES TACHOS DE COLORES FAMOSOS ESTÁN POR TODA LAS ISLAS. LA BASURA ORGÁNICA SE PROCESA PARA COMPOST, LA BASURA RECICLABLE SE LA ENTIERRA CON EL DEBIDO PROCESAMIENTO Y LA NO RECICLABLE SE DEVUELVE AL CONTINENTE.

Paso a paso, con su vocación de pescador y organizador, Andrade ha sido parte del tejido de una red comunitaria que colabora y protege las Islas y da servicios ambientales. Una red a la cual aún no se incorporan los 30 mil habitantes de Santa Cruz, porque en realidad muchos de ellos no disfrutan del mar y pocos conocen del tesoro que esconden las Islas. De Andrade cita una paradoja. Los habitantes no tienen acceso pleno al mar. Al menos no como tiene acceso un turista nacional o extranjero que puede pagar un tour para llegar a playas o lugares que solo pagando cientos o miles de dólares, que los colonos no tienen, puede disfrutar. El colono vive del mar, del turismo, pero no lo puede disfrutar. Cristina Paz, una empresaria de Galápagos y colaboradora de Más Galápagos, admite que la gente de las Islas no tiene acceso al mar. Y esa falta de acceso se traduce en falta de compromiso con el cuidado del ambiente, aunque lo hace. Norman Wray, presidente del Consejo de Gobierno de Galápagos, máxima instancia política y administrativa de las Islas, reconoce este como un problema de justicia social. Ahora organizan grupos de jóvenes para que visiten las islas, los lugares más apreciados, las joyas de Galápagos, como ellos  mismo dicen.

El colectivo Frente Insular ha realizado más de 170 actividades de limpieza costera. Se reúnen por familias, como un paseo, y salen a limpiar en sitios predeterminados, con el previo permiso del Parque Nacional Galápagos, máxima instancia en temas de conservación y vigilancia ambiental. Se van a una playa y empiezan a recoger la basura oceánica, que ha llegado por las corrientes marinas. Mayoritariamente es basura plástica pero ahora están llegando mucho más los plantados, sobre todo las redes que se recogen y se venden a los agricultores de la zona para hacer mallas, cercos… Andrade sale a sus faenas de pesca a las cuatro de la mañana de todos los días, pero el volumen que pescaba en un día le toma ahora tres días, lo cual muestra la disminución de la biomasa de los pelágicos, atún, pez espada, y por eso, para él hay que ampliar la reserva porque los pescadores artesanales no pueden competir con buques pesqueros de más de mil toneladas de pesca y procesamiento. Para este pescador artesanal y dirigente de Puerto Ayora, los argumentos de la poderosa industria pesquera no tienen sentido. En 1998, cuando se creo la Reserva Marina habían dicho lo mismo, recuerda: que la industria iba a quebrar, pero no han quebrado, han crecido. Y el beneficio es también para la flota pesquera nacional. No estamos en contra, acota Andrade, porque genera divisas, pero sí estamos en contra de las malas prácticas y la sobre pesca, dice.

Por eso y porque la industria pesquera ha crecido pero la reserva marina no (antes era la segunda en tamaño del mundo, ahora es la número 33) Roberto Plaza, guía del Parque, cree que la nueva reserva debe estar en toda la zona de económica exclusiva. Este guayaquileño, que como muchos se quedó a vivir en las islas, sabe que la flota pesquera ecuatoriana, al ampliarse la reserva, quedaría fuera de la zona económica exlusiva. Y por eso se oponen. Y eso les perjudica en el hecho de que la flota ecuatoriana puede explotar de forma exclusiva el cinturón de 160 millas  que queda entre el límite de la reserva marina y la zona económica exclusiva. Pero hay un beneficio: un ecosistema más grande hará una pesca sustentable a largo plazo. Él, como otros guías, es parte del Frente Insular. Habla de los plantados, de la basura oceánica, de la contaminación que genera la industria pesquera y los habitantes del continente al trasvasar sus desechos en los ríos que llegan al mar. La basura plástica es un problema real, mucha con etiquetas chinas, pero no se atreve a estimar una cantidad. Todo el litoral de todas las Islas es varias veces más largo que toda la costa del Ecuador continental ¿cómo limpiar esa basura? ¿Cómo contarla? Se refiere también a las artes de pesca que son ilegales, como el palangre, no se selecciona la pesca y se agarra todo tipo de especies. En el mundo, toda esta pesca llamada incidental es mucho mayor que la pesca objetivo, siquiera un 80% más. Por diez toneladas de pesca, dos son la pesca objetivo y ocho son pesca incidental, «es una masacre lo que ocurre en el mar, y nadie lo documenta», afirma. A Plaza, lo que más le impresionó de sus 25 años de estar en Galápagos fue la marcha masiva y unitaria de la población de las Islas tras la captura del barco chino en el 2017. Esa experiencia fue la base, la plataforma ciudadana, sobre la que se asientan todos los sueños y reclamos de los habitantes de las Islas.

V. El Gran Hermano vigila las 24 horas

No es fácil controlar los 138.000 kilómetros cuadrados que componen la reserva marina, ademas de las islas, los mares adyacentes, todo a cargo de la vigilancia del Parque Nacional Galápagos, el ministerio de Defensa, la Policía Nacional y otras entidades de seguridad. La bióloga Paula Buitrón es la directora del Centro de Monitoreo del Parque Nacional. Es un recinto de unos 80 metros cuadrados, donde hay doce monitores, cuatro pantallas gigantes, un potente sistema radial, desde donde se controla, vía satelital y electrónica, todo lo que ocurre y se mueve dentro del Parque, es decir, de las 40 millas del límite de la reserva hacia adentro. Ahí hacen sus faenas pesqueras y de transporte 233 embarcaciones pequeñas, y 300 pescadores artesanales registrados. Pero además, se hace control terrestre, de tráfico de madera, introducción de especies el manejo de los aeropuertos, los puertos de carga, de pasajeros… Para ello cuentan con una avioneta que puede aterrizar en el mar, tres embarcaciones oceánicas y siete costeras. Su sistema de comunicación se enlaza con nueve torres de repetición ubicadas en las partes más altas de todas las islas. El sistema de monitoreo permite seguir el curso de todas y cada una de las embarcaciones que se mueven en el parque, y también de los que están fuera del límite de la reserva, en la zona económica exclusiva. Cuando el operador aplasta algun botón, aparecen en la gran pantalla todas las islas y las embarcaciones, que semejan pequeñas flechas de diversos colores. Cada color, sea rojo, azul… determina qué tipo de embarcación es, y qué está haciendo. Con otro botón se puede seguir el historial de su ruta. Pero solo en las naves llamadas cooperativas. Es decir, que «cooperan» con el control al mantener prendido su localizador de radio, que se puede simplemente apagar a voluntad. Para las que no cooperan hay un sistema llamado radar satelital, que no se usa porque es muy caro. Esto consiste en pagar los servicios de un satélite que pasa por encima de las Islas y se contrata las fotografías, siempre incompletas o de una zona muy limitada y pequeña, para verificar las presencia de las naves en el mar. Cada foto satelital cuesta 7000 dólares, y según los expertos «no vale la pena». Un sistema de vigilancia cruzada cubre esas necesidades, donde es fundamental la colaboración de los ciudadanos que viven en todo el archipiélago.

EL CENTRO DE MONITOREO DEL PARQUE NACIONAL ES UN RECINTO DE UNOS 80 METROS CUADRADOS, DONDE HAY DOCE MONITORES, CUATRO PANTALLAS GIGANTES, UN POTENTE SISTEMA RADIAL, Y ES DESDE DONDE SE CONTROLA, VÍA SATELITAL Y ELECTRÓNICA TODO LO QUE OCURRE Y SE MUEVE DENTRO DEL PARQUE, ES DECIR, DE LAS 40 MILLAS DE DEL LÍMITE DE LA RESERVA HACIA ADENTRO.

Cada uno de los barcos registrados en Galápagos debe llevar un sistema de monitoreo, que es un aparato electrónico que emite una señal de radio cada 15 minutos que es detectada por el sistema de control del Parque. Como toda nave tiene matrícula, los monitores saben quién está navegando y qué hace. Si esta nave se detiene por algun motivo en su ruta, se prenden las alarmas. Este Gran Hermano insular no deja de vigilar las 24 horas de todos los días del año, incluso con la ayuda de perros entrenados para detectar aletas de tiburón y pepinos de mar. Así se han realizado en lo que va del año 1449 operaciones, 305 de las cuales detectaron pesca ilegal de tiburón martillo, especie protegida. Desde el 2017, año en que el sistema de vigilancia del parque detectó al barco chino, y luego otro barco de la flota atunera de Manta, no se han dado incidentes. Las multas onerosas disuaden a los que quieren penetrar el cerco virtual de la reserva. El parque ha capturado 7400 tiburones.

Aunque ya es de noche, la directora Buitrón se prodiga en explicaciones. Con tenida de rigor, ella y el director del parque, Danny Rueda Córdova, un galapagueño posesionado a principios de marzo, cuentan que entre sus planes para el 2021 está el adquirir lanchas interceptoras. La seguridad del parque exige mayor agilidad, porque también los infractores son más veloces. Con un presupuesto de 2,5 millones solo para las operaciones de navegación, el parque necesita entre 6 y 7 millones de dólares al año para tener una eficaz protección de las Islas y el mar aledaño. Rueda es un ingeniero y tiene 20 años de experiencia en tareas de protección ambiental en el parque. Participó en programas de erradicación de roedores en las islas Pinzón y Rábida y el programa de introducción de iguanas terrestres en la Isla Santiago, entre otros. Cada uno de estos funcionarios ha pasado por años de experiencia como guardaparques, labores administrativas, ejecutivas, operativas y educativas. Son la policía que cuida el paraíso.

VI. El presidente (de Galápagos) apoya

Al contrario del conjunto del gobierno al que pertenece, Norman Wray, presidente del Consejo de Gobierno de Galápagos, opina que la reserva marina debe ampliarse. Proteger Galápagos, dice, es garantizar el alimento del futuro, y mejora las condiciones para la pesca industrial. La creación de la reserva maritima en 1998 generó precisamente las condiciones para que el mar aledaño a las Galápagos y a la costa ecuatoriana, incluida la franja internacional, sea la más rica del OPO, Oceano Pacífico Oriental. Galápagos presta un servicio ambiental al mundo, dice el presidente del Consejo de Gobierno de las Islas, pero el mundo no hace lo mismo con Galápagos. La basura que se echa a los ríos en el Ecuador va a parar por las corrientes a Galápagos, lo mismo la basura de las flotas internacionales. Wray, aunque no habla oficialmente a nombre del Gobierno, cree posible crear una zona protegida dentro de la zona económica exclusiva. «No queremos afectar los intereses del sector pesquero, lo que decimos es: hagamos esto de manera responsable, y el pescador artesanal de Galápagos tiene que hacer lo mismo». Se refiere al plan de manejo y protección de la langosta, que ha permitido que el animal símbolo culinario de las islas se recupere de la sobre explotación. Pero también hay problemas en las otras pesquerías de Galápagos, lo cual llama a hacer las cosas bien dentro de Galápagos, así comos se exige hacer las cosas bien fuera del archipiélago.

Dentro del Gabinete hay posiciones variadas, reconoce el presidente Wray. Las discusiones se sostienen en el Gobierno, pero la decisión es del presidente de la República, «pero en lo que a mi concierne, creo que es una oportunidad, el mundo es cada vez más responsable ambientalmente, y un mercado como el europeo es estratégico para el Ecuador. Es el destino principal de todo el producto pesquero del país».

«LES INVITO A ESCUCHAR LO QUE DICE LA GENTE EN LAS ISLAS Y LA INFORMACIÓN CIENTÍFICA QUE SUSTENTA LA AMPLIACIÓN, Y LO QUE ESTO SIGNIFICA PARA MEJORAR LAS CONDICIONES DE VIDA DE TODOS Y PARA EL PLANETA. ES UN ACTO DE RESPONSABILIDAD Y HAY QUE AMPLIAR Y TRANSPARENTAR LA DECISIÓN», DICE NORMAN WRAY A LA ASAMBLEA.

Las voces que dentro de la Asamblea Nacional no están de acuerdo con la ampliación de la reserva marina no están escuchando a todos los sectores, dice Wray. «Les invito a escuchar lo que dice la gente en las Islas y la información científica que sustenta la ampliación, y lo que esto significa para mejorar las condiciones de vida de todos y para el planeta. Es un acto de responsabilidad y hay que ampliar y transparentar la decisión», señala. Ecuador ingresó a la Alianza Global por los Oceanos. Una meta de la oganización mundial es que en el 30% de todos los mares y oceanos del mundo se creen áreas protegidas, para el año 2030. Ahí están países como Alemania, Italia, Reino Unido que son los mercados pesqueros del Ecuador, dice Wray, pero el diálogo debe ser el camino. No lo dice, pero está claro que hay una referencia velada a la advertencia de la Unión Europea al Ecuador por malas prácticas en la industria pesquera. «Yo apoyo, creo en esto, en la lucha del Frente Insular porque es un pedido de la comunidad», dice.

Wray cree que el tema de la reserva ampliada se puede lograr con el apoyo de todos. La causa no es solo del Ecuador, sino de la humanidad, pero los ecuatorianos somos los responsables, está a nuestro cuidado. Pone como ejemplo la condición de Safe Travels o destino seguro que adquirió Galápagos hace pocas semanas.

Safe Travels fue elaborado por el World Travel & Tourism Council (Consejo Mundial de Viajes y Turismo) o WTTC por sus siglas en inglés. Esta entidad «representa a las empresas turísticas del sector privado, con ayuda de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los Centros para la Prevención de Enfermedades, los gobiernos, y otras asociaciones de la industria como la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA), a fin de recuperar el turismo a nivel mundial, a la vez de cuidar la salud y seguridad de empleados, visitantes, y por consiguiente, de la industria», señala la publicación mexicana expecializada Entorno Turístico.

El certificado reconoce «la aplicación total y correcta de medidas de higiene y sanitización establecidas en los protocolos, tanto en destinos como empresas, los cuales han sido divididos de acuerdo al tipo de servicio, entre los que se incluyen hoteles, restaurantes, cruceros, empresas de alquiler de autos, aerolíneas y aeropuertos, empresas de transporte, centros de convenciones y tour operadores. Estas normativas y el proceso de certificación estarán actualizándose a medida que se cuente con más información sobre el virus», explica.

Galápagos es destino seguro, tiene la toma de muestras PCR en tiempo real, hay un trabajo en conjunto público y privado y de ello ha resultado que si hay un lugar donde no se va a un a contagiar de Covid-19 es en Galápagos. «Así que vengan», reclama Wray a los turistas nacionales. El llamado ha sido atendido en buena parte: por primera vez durante la pandemia hay una colocación casi completa en hoteles y hostales para las fiestas navideñas. Eso llena de esperanza a los colonos. La reactivación turística es clave para la vida de Galápagos. Cuando miles de personas viven de la industria turística, controlar  la epidemia es clave, pero también lo es luchar para que a mediano y largo plazo se conserve la extraordinaria riqueza marina de las Islas.

VII. Los peces que atrae la luz

En taxi marítimo, que cobra un dólar por persona, nos traslada desde el embarcadero de Puerto Ayora hasta el barrio más rico de la capital de Santa Cruz. En el trayecto, que es menos de cinco minutos, se pueden ver lanchas de lujo, barcos medianos, que uno de los galapagueños calcula de un valor de unos tres millones de dólares. Hay un mercado para el turismo de lujo en Galápagos. El restaurante al que arribamos por el mar lo muestra. Luz a raudales, pisos, columnas y techos de madera fina para que resista al inclemente viento salobre, camareros bien ataviados y solícitos, mesas dispersas en una terraza que da al mar. El lugar está casi lleno. Unos veinte turistas anglosajones se juntan, sin mascarillas, en una fista particular. Cantan y rien, están felices con sus copas de vino tinto o blanco en la mano. No guardan distancia, pero no importta. Todo el que esté en Galápagos debe haber entrado con prueba negativa de PCR, así que el riesgo es mínimo. Todo el mundo se relaja, disfruta de la comida, por lo general atún, calamar de Galápagos, o un corte de carne exclusivo; esto porque la carne de mejor calidad, que se produce en las Islas, va a parar a los cruceros de lujo. Carne que los colonos no pueden disfrutar porque es demasiado cara, o simplemente no la encuentra en las supermercados de las Islas. El turismo ha desarrollado restaurantes de lujo como el descrito. Están en las calles del malecón o aledañas; decoración moderna, comida gourmet, buenos vinos, tragos importados…

La noche es fresca y da para la charla. Una guía de las islas que acompaña la reunión prefiere hablar de los buenos tiempos para evitar abundar en las malas noticias y las malas vibras de la pandemia. Recuerda que antes del confinamiento, en marzo del 2020, tuvo la oportunidad de viajar a Tahití, invitada por un millonario navegante que, agradecido por sus buenos servicios de guianza, la invitó junto a su esposo e hijos ha atravezar el Pacífico en su velero. Luego les pagó el pasaje aéreo de regreso. Desde entonces todo ha sido muy difícil para ellos. Su esposo, también guía, es empresario naviero y su principal negocio consiste en introducir barcos de todo el mundo que desean navegar en las aguas míticas de Galápagos. Eso tiene su ciencia y múltiples trámites con la draconiana burocracia de las Islas. Pero la pandemia terminó con todo eso. Tuvo que suspender viajes hasta todo el 2021 incluido, y devolver anticipos. Perdió decenas de miles de dólares. Pero las cosas tienden a mejorar, poco a poco, como en todo el mundo y la esperanza sigue siendo la hasta ahora improbable vacuna.

Al salir de la reunión, un espectáculo atrae a los reporteros. Al pie del restaurante decenas de pequeños tiburones se agolpan frente a la luz de farolas sumergidas. A los escualos, que se mueven como lombrices excitadas, se suman pequeños peces. Es un acuario natural cuyo efecto alucinante se logra porque la luz atrae a los peces. Decenas de tiburones al pie de un restaurante como flechas submarinas, en aguas naturales, para que los turistas los disfruten. Y luego dicen que esto no es un paraíso.